Estaba manolito como un rey infantil, rechoncho y dudoso, casi atado a la silla del peluquero, temiendo lo de siempre, en pánico ante el abismo de esa silla sobre el viejo banquito de los condenados, y con su capa negra que lo cubría todo, me veía de reojo por el espejo mientras yo fingía estar inmensa en el periódico, que para mas inri era uno de deportes.
En esas estábamos, con el ritual de siempre, de cada 15 días, cuando de pronto, Cristóbal, sin avisar, saco las tijeras de su delantal y le corto un buen mechón que sobresalia inocente de un peine ya curtido en estas antiguas batallas, eso fue lo ultimo claro en todo esto, manolito casi atado a esa silla, dudando si lanzarse al vacio, o perecer de pánico sentado, con la cabeza empapada y un mechón de menos, sabia que tendría que aguantar hasta el final, no era plan ir con el pelo a medio cortar, pero no podía evitar unas tremendas ganas de llorar, de gritar y revolverse con sus puñitos hacia dentro, quería explicarme que le dolía, que no soportaba perder sus cabellitos rubios que eran para el, parte de su ser, era increible para su mente pueril que yo fraguara un siniestro plan para amputarle una que el consideraba una parte mas de su cuerpecito, aunque no tuviera un plan para controlar su incipiente melena, me miraba con sus ojos de perro triste, suplicante, suspirando y acongojado, tenia la esperanza de que yo parara aquella barbarie, que yo entendiera su tragedia, pero yo ya estaba muy entrada en convencionalismos como para dejarme convencer por sus lágrimas de perro triste.
Quedo guapo como siempre, como un soldadito cascanueces a falta de su uniforme, pero nadie lograba quitarle su sensación de vacío, recorrió el kilómetro que nos separaba de casa tapándose su recién adquirida semi-calva y sin dirigirme la palabra, intente consolarlo diciéndole que en 15 días tendría otra vez una melena rubia incontrolable, me miro profundamente, bufo como un mamut resucitado y decidió que a partir de entonces me querría un poco menos.
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